26.10.07

La Chacha Rose

Hoy la he visto y ya casi está en el umbral de lo que llamamos una anciana. Con ese raído abrigo marrón que una vez fue astracán y que ya no se quitará hasta que llegue la primavera, o sea fiesta de guardar y saque el negro de lana.
Me pregunta por mis padres. No le interesa su salud más que el hecho de saber porqué no ha venido su hermano al entierro de mi tío Antonio. No lo dice, pero por la inexpresividad de sus ojos sé que no me está escuchando, que en realidad se va a guardar sus reproches para no parecer tan mezquina, pero que al próximo miembro de la familia con el que tropiece le soltará toda la retahíla como tantas veces ha hecho conmigo, poniendo a parir a todo Dios.
Yo acabo el informe de calamidades y cuando le pregunto por ella me preparo para el acto dramático, que llega como siempre, amargo y alterado, bañado en lágrimas y pretendiendo dar lástima. No debería elegir a su sobrina más repudiada para hacerse la mártir, pero aún así lo hace y me deja con el "ya nos veremos" en la boca, porque en su afán de diva ha echado a andar mientras comenzaba a llorar abiertamente.
Todos en esta familia son iguales. Lo que se ha perdido el teatro.

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