15.2.06

Esta mañana he pasado dos horas en el infierno de mi mala ostia. Creía que con el tiempo y la edad había desaparecido esa faceta de mi yo que tanto he explotado en el pasado y que me ha enseñado mucho sobre la gente.
Me explico. La gente tiene un carácter que, como el mío, suele estar adormecido hasta que algo le hace despertar. Normalmente esto pasa cuando te enfadas y ves cómo eres en realidad: pasivo, irónico o colérico. Cuando alguien comete un error como el de hoy, en el que la perjudicada era yo, mi verdadero yo clama por salir a la superficie y durante un buen rato consigo que esa persona desee no haberse levantado ese día. Es algo que no puedo evitar, porque cuando me doy cuenta ya he conseguido que se sienta miserable y una inútil recalcitrante. Debería decir que no me siento orgullosa de hacerlo, pero mentiría. La verdad es que me gusta esa sensación de control que tienes sobre alguien que no sabe cómo venir a pedirte perdón y pensarse después que todo queda arreglado.
Es como si tuviera una colección de insectos ensartados en sus alfileres y a los cuales he estudiado en situaciones como esta, sólo para ver hasta dónde son capaces de llegar en su arrepentimiento.
Joder, qué cruel soy.

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