1.11.04

Noviembre

Por fín ha llegado. Tanto tiempo esperando con los tirantes y el calor, y casi de pronto todo ha cambiado. Como corresponde a esta fecha de lúgubres celebraciones, ha aparecido un frente tormentoso que ni en las mejores pelis de miedo, para ambientar la fiesta de llevar flores a quién nunca te lo va a agradecer.
El termómetro no quiere subir de los 15º, y todo el cielo visible es de una variedad de grises de lo más apagado. ¿Cómo puede ser que me guste tanto este tiempo?. Ya sé que mañana en el trabajo será tema de conversación que se haya tenido que esperar a un día de fiesta para llegar, pero es que, no es que "nunca llueva a gusto de todos", es que parece que sólo llueve para que me guste a mí. Para que pueda sacar ese paraguas que me compré en mi viaje a Asturias. O recordar las Highlands escocesas y su grandioso y desolado paisaje de turba y brezo. O volver a mirar las fotos de Irlanda. Rememorar esa gloriosa entrada en el pub donde escribía Joyce, completamente accidentada y de lo más anecdótica, amén del paseo por la gran biblioteca del Trinity College.O de lo que pensé cuando ví la catedral de Liverpool, la más horrenda de cuantas he visto. Deslumbrarte con la luz de la mañana en Cantabria, pasada por un filtro verde y amarillo. Ver Galicia durante una semana de lluvia constante, con olor a musgo y eucalipto. No una, sino tres veces. Las mismas que he visitado el País Vasco, para darme cuenta de que según se llega a los Pirineos, la tierra cada vez se arruga más y las gentes de este clima Atlántico son mucho más cálidas que mis ladinos paisanos del Mediterráneo.
Voy a cambiar la ropa de verano por la de invierno, pero ya.

No hay comentarios: